Y cuando mi cielo
deslucido a cántaros lloraba,
inundando mi laguna
con insaciable tristeza,
tu sonreías con
primaveral belleza,
tanto, que hasta mi
propia melancolía se espantaba.
No sé si la tarde
pálida al vernos carcajeaba,
o si la noche
desdeñaba nuestro día y su extrañeza,
o si el invierno
hablaba con su gélida agudeza,
porque lo único
verídico era que yo te amaba.
En muchas estaciones
se marchaban las distantes
estrellas de mi
bóveda celeste, y tirantes
fueron los escarpados
minutos de mi alegría.
Pero, aunque insípida
fue la luz cuando amanecía,
o sumisa fue la
memoria cada vez que llovía,
la celebre vehemencia
que mi ser apetecía…
Era la inestabilidad
bella, de tus festivos instantes.
-Algus Losa.
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